UN FRACASO EXITOSO

Nuevo episodio de la saga Anthropodion, inspirada en el legado de C. S. LEWIS y los Inklings

Recibió buenas críticas internacionales en los Latino Book Awards de U.S.A al recibir mención de honor en la categoría Mejor novela de aventura o drama en español.

Esta obra es realista en muchos sentidos. Contiene elementos de los géneros literarios de ficción, fantasía e incluso de ciencia ficción. Dos jóvenes hermanos, Luca y Liam, se enfrentan a problemas muy desafiantes al regresar desde un lugar de calma y bondad. Sus esfuerzos por mantener sus vínculos forman parte de la historia, aunque deben superar situaciones críticas. Sus vidas son puestas a prueba. La componen personajes que buscan resiliencia, algún sentido a los que les ocurre, sufren pérdidas, se equivocan, aman y dejan de amar, pero también encuentran esperanzas a pesar de todo. Si te gustaron los clásicos de supervivencia, entonces este libro es una lectura obligatoria; y si disfrutaste leyendo obras de ficción y fantasía como Trilogía cósmica o Cartas del diablo a su sobrino de C. S. Lewis, también te encantará este libro. Si además buscás una trama especial que de algún sentido a la vida, como lo hicieron Frodo, Sam y los personajes de Narnia, podrás encontrar en esta historia algo singular y desafiante.

Sumergite en esta aventura provocadora, en la cual te vas a encariñar e identificar con los personajes, sus decisiones y ferviente anhelo por sobrevivir en un mundo que pasa de la tecnoutopía a la distopía, pero con una salida…

Los libros de la serie Anthropodion pueden leerse en forma separada.

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UN FRACASO EXITOSO

Contenido disponible para leer en línea

CAPÍTULO 1

SALGO AL PARQUE y la mañana se ve apacible, aunque cubierta por una bruma gris. El parque, la finca toda, alberga hoy animales silvestres, también algunos de granja. Hay aves que parecen recién llegadas; no recuerdo haberlas visto antes. Por encima de las nubes oscuras, rápidas, se escuchan bandadas revoloteando; parecen ir y venir sin rumbo definido. Cerca de la casa, próximos a una torre construida de troncos, se alimentan dos burros.
Ardia acompaña a Fabien en una extraña rutina. Entran y salen de la casa de campo; inquietos, apresurados. Llevan y traen alimentos, canastos, ropas y herramientas.
Me cuesta comprender lo que sucede. No conozco mucho el lugar. Llegamos ayer a la finca y recién ahora comienzo a recorrerla.
Pierdo de vista a Fabien. Tampoco aparece su compañera. Liam, mi hermano, aún duerme. Me encuentro solo, aunque por un instante escucho la voz de Ardia dentro de una parcela de manzanos. Persigo un murmullo tierno mientras me interno entre las plantas frondosas, distintas unas de otras en altura, brillo y sombras; diversas, pero todas de figuras hermosas y delicadas.
Camino hasta el fondo del huerto. La bruma es cada vez más intensa, pesada.
—¡Luca! ¡Ven! —Se escucha la voz de Ardia no muy lejos.
Me detengo, pero no alcanzo a verla. Sigo unos pasos más. Avanzo entre las ramas que caen hasta el suelo cargadas por el peso de los frutos.
—No es un día para extraviarse ni para dar un paseo —dice la voz de Fabien.
Debemos apresurarnos. El tiempo se acerca —dice ella.
—Es mejor que te quedes tranquila, sin hacer más esfuerzos, querida. Volvamos a casa.
No puedo permanecer a la espera; temo que sufran nuestras plantas —comenta ella.
—¡Aquí! ¡Luca! —expresa Ardia mientras aparece entre la niebla que ahora es más oscura, como si fuera el fin de la tarde—. Ayúdanos, por favor, con estos manzanos. Busca una cesta, cualquiera de ellas, y llénala lo más rápido que puedas.
—Sí, claro —respondo—. ¿Qué ocurre?
—Queda poco tiempo, Luca —advierte Ardia.
—Y tu hermano, encima, ¡durmiendo! —comenta Fabien.
—Querido, ellos no tienen la culpa, son jóvenes, nos visitan.
—Sí, pero ni el desayuno se paga el otro mientras el tiempo se acaba —argumenta Fabien.
—Disculpen, pero no comprendo qué sucede —les digo.
Tu hermano duerme, pero el mal nunca duerme —dice Fabien al llenar las cestas a una velocidad singular, como movido por algo urgente.
Estamos bajo amenaza —aclara Ardia.
—Pero ¿de qué? —pregunto.
—Mira alrededor. Observa bien la tierra reseca —ordena Fabien al mostrarme grietas en el suelo—. Presta atención a las aves y al ambiente. Interpreta.
El humo, el calor, el aire que respiramos —dice ella—. Debemos prepararnos.
De pronto, escuchamos pisadas cercanas.
—¿Qué pasa aquí? —pregunta Liam bostezando. Desplaza con dificultad una rama pesada al llegar.
—¡Bienvenido! —saluda Fabien levantando su enorme sombrero—. ¡Miren quién ha llegado! ¿Es el príncipe o una bella durmiente? Ten cuidado de no quebrar las ramas, por favor.
—Sería conveniente que ayudemos un poco —le digo a mi hermano—. Ven conmigo, tomemos unas canastas.
Hago unos pasos entre las grietas y raíces expuestas hasta llegar al árbol más cercano, donde termina la hilera. Comienzo a cosechar.
—¡Vamos! —le digo a Liam.
—Bueno. Sí. ¿Qué hago?
Llena las canastas. Todas las que puedas. No sé bien qué está pasando, pero tienen prisa.
—De acuerdo. Tengo mucha hambre. Probaré una manzana mientras trabajo. Se ven deliciosas.
—Como prefieras, ¡pero comienza ya!

 

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CAPÍTULO 2

A CIERTA DISTANCIA SE OYE UN ZUMBIDO INTERMITENTE. El calor es cada vez más intenso, la bruma se dispersa al comenzar a soplar el viento.
—Escucho un ruido recurrente, ¿lo percibes, Liam?
—No estoy seguro de qué pueda ser, pero proviene de lejos, de los campos que hemos visitado antes de llegar aquí. Es extraño.
—Subiré hasta aquella rama para poder recolectar las manzanas que están más arriba —propongo—, así terminaremos con esta hilera de árboles.
—¿Qué haremos con las canastas llenas?
Ardia y Fabien no contestan. Ya no están cerca.
—Esperemos a que regresen —sugiero sin tener demasiadas certezas.
Al llegar a la copa del árbol se escucha otra vez el zumbido. Logro asentarme sobre una horqueta, corro algunas ramas, y el espectáculo que se abre es desolador. En dirección hacia las tierras del establecimiento El Sueño se distingue un panorama sombrío; una pared de humo se eleva en la distancia y una línea roja marca el horizonte hasta donde alcanza la vista, de un extremo al otro. Parece fuego.
—¿Qué puedes ver, Luca?
Me cuesta distinguir las imágenes. Son algo lejanas, poco nítidas, cambiantes.
—Creo que son Droves de servicios operando sobre un incendio forestal o de cultivos. Veo puntos volando a baja altura sobre campos sembrados.
Fabien se acerca con un pequeño bolso y unas cantimploras:
¡Ahora sí que están transpirando la camiseta! Tomen un poco de agua, se acerca el mediodía.
—Muchas gracias, Fabien. Estoy observando lo que ocurre allá, a lo lejos; hay Droves interviniendo en una situación confusa; no puedo ver bien.
—Les traje algo más —dice al sacar unos binoculares del pequeño bolso—. Serán muy útiles en estas circunstancias.
Liam me acerca los lentes. Los ajusto y comienzo a barrer el horizonte en busca de algún detalle o imagen clara.
—Luca, ¿cuántos Droves puedes ver? —pregunta Liam.
—No lo sé todavía. Es difícil mantener los binoculares en una posición clara, tienen bastante aumento.
—Más lento, hijo —recomienda Fabien—. Junta un poco más los codos y utiliza una rama de apoyo.
—¿A ver? Oh, sí, mejora la imagen. Veo cuatro Droves, de esos grandes que se usan para servicios especiales. Vuelan sobre el frente de fuego esparciendo agua. Ahora llegan cuatro más.
—¿Y las llamas? ¿Se apagan? —pregunta Fabien.
—No estoy seguro.
Un viento fuerte y cálido comienza a soplar. La escena cambia. Las llamas se extienden, llegan más alto. La línea roja resulta más evidente, aún sin los lentes.
—Tiene que resultar el trabajo de esos Droves —afirma Liam—. Han sido diseñados para tareas extremas.
—Ahora hay tres Droves —comento al mirar otra vez por los binoculares.
—El resto debe estar recargando agua —dice Liam.
—Es que no los vi partir. Pero esperen… ocurre algo. No lo puedo creer… El calor parece haber afectado a los Droves. ¡Están cayendo! Me temo que… están siendo consumidos por las llamas —expreso asombrado.
—¿Qué? No puede ser —manifiesta Liam.
Es lo que me temía —dice Fabien, moviendo la cabeza de un lado a otro—. Será mejor que regresen a casa. Traigan las canastas, sigamos con los preparativos. Y… quédense con los binoculares, los necesitarán más tarde en el mangrullo, la torre que tenemos en el centro de la finca, cerca de la casa y del viejo establo. Habrá que vigilar.
Seguimos sus consejos, aunque estamos desconcertados.

 

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CAPÍTULO 3

ARDIA Y FABIEN nos guían hasta una especie de garaje o vieja caballeriza anexada a la casa; tiene paredes de piedras, sin mucha luz. En una esquina se refleja una manija que pende de un artefacto de bombeo. No hay demasiadas cosas: algunos canastos, antiguas publicaciones, papeles y, en el centro, una tapa abierta o puerta horizontal que conduce a lo que parece ser un sótano. El lugar subterráneo luce como un depósito o bodega con toda clase de reservas: desde quesos, frutas y semillas hasta barriles.
—Pueden dejar las canastas aquí —indica Fabien junto al sótano—. Ya las bajaremos.
—Será mejor limpiar las manzanas antes de almacenarlas —sugiere Ardia.
—Aquí tienen —dice Fabien al arrojar dos paños y unas viejas publicaciones sobre las canastas—. Pueden poner las manzanas separadas con algunos papeles. Todavía queda bastante más por hacer.
Ellos se retiran mientras comenzamos nuestro trabajo con las manzanas. Una prisa, una urgencia repentina, sin duda afecta a Fabien. Ardia lo sigue como puede con su vientre prominente. A veces descansa en algún banco del jardín, sobre un tronco o en el sillón de la casa. En ocasiones se la ve feliz, en otras algo triste, con la mirada perdida más allá de los manzanos. He notado que sus manos son ágiles, sus brazos fuertes, su voz es apacible y sabia; su mirada ilumina; muy deliciosa es ella. Una vida que transcurre entre días gloriosos, jornadas de sufrimientos y momentos de espera. Es extraño, Ardia es de ese tipo particular de mujeres en las que resulta difícil estimar la edad que tienen. En ocasiones parece joven, hermosa y reluciente, llena de vida, de atracción, poder y gracia; sin embargo, en otras se presenta cansada, sin fuerzas, como avejentada. Pero siempre es sincera y natural.
Fabien regresa al viejo establo con más canastos.
—¿Qué están haciendo? —pregunta.
Estamos clasificando las manzanas por tamaño y calidad —responde Liam—, como debe ser, tal y como has dicho.
—Pero, ¡yo no les he pedido eso! —aclara Fabien meneando la cabeza, con la mirada perdida hacia arriba—. Nunca lo hacemos así. No sé de dónde sacaron esas ideas.
—Aquí están las buenas manzanas —dice Liam mostrando un cajón seleccionado—. Es todo lo que pudimos obtener, el resto fue descartado por tener algún defecto, o bien quedó como de segunda calidad en las canastas; no todas tienen el mismo tamaño y aspecto.
¿Descarte por defecto? ¿Segunda calidad? ¿A qué te refieres, hijo? —pregunta Fabien enojado—. Pero, ¡miren estos frutos, todos son buenos! —exclama al morder una pequeña manzana.
—Es que, así es como las solían ofrecer, todas iguales, sin manchas ni diferencia alguna de color, así las conocimos y consumimos hasta que se volvieron inaccesibles, escasas —aclara Liam.
—¡Ah, sí! Pero aquí es al revés, practicamos la cultura del suelo o también llamada «suelocultura» junto con la «diversocultura». ¡Estas son las que en verdad no sirven! —exclama Fabien al tirar y pisotear el único cajón seleccionado con manzanas uniformes, casi perfectas.
Liam me mira con espanto y desconcierto.
—¡Querido, no te pongas así! —pronuncia Ardia al regresar—. Recuerda, hace mucho que ellos no pasan por aquí. Me temo que tampoco han conocido otras fincas en su vida.
—Es cierto. Apenas tenemos el jardín que era de mamá —agrego—. Dejamos de visitarlo, aunque nuestra mascota lo hace en ciertas ocasiones. Ahora es todo malezas, una maraña inaccesible.
—De no creer —afirma Fabien sacudiendo otra vez la cabeza.
Ya vendrá el momento de regresar, de volver a conocer —pronuncia ella—. Será necesario, inevitable.
—Es que, no lo sé, pero no tenemos tiempo… no sabemos qué hacer ni por dónde empezar siquiera —comento.
¡No tienen tiempo! —exclama Fabien con ironía—. ¡No les alcanza el tiempo! —vuelve a decir ahora con extrañas lágrimas, quizá de risa.
—Creo que deben aprender algo —intenta explicar ella; busca decirnos cosas nuevas.
¿Algo? Necesitan aprender todo —pronuncia Fabien.
—Déjame hacer el intento —dice Ardia—. Verán jóvenes, si te pones a clasificar frutas, o incluso personas, ya sea por tamaño o por cualquier otra virtud, pronto te encontrarás con que te quedas sin nada. Tu ilusión, tu vara o tus pretensiones, harán que crezca lo ideal y que disminuya lo real. Y así, pronto llegará el momento en que no tendrás más nada; mantendrás una imagen lejana, una ambición de perfección propia e innecesaria. —Hace una pausa, parece faltarle el aire. Eleva su rostro en busca de una nueva respiración profunda. El calor de la tarde se siente más intenso—. Primero conviene saber qué es bueno, de qué se trata un buen fruto, en qué consiste una buena compañía, si cae bien sin importar las diferencias o las imperfecciones. —Vuelve a tomar aire; esta vez dos veces—. Si descartan lo bueno de manera imprudente, comenten un error; quizá sea demasiado tarde para cuando se den cuenta.
Ella hace silencio por un instante. Luce como detenida en el tiempo, con su mano sobre su vientre.
—Ahora sepan disculparme, me retiraré un rato a descansar, no me siento demasiado bien. Solo recuerden, como escribió una vez El Sabio: «Primero viene el tiempo de guardar antes que el tiempo de tirar».
—En fin, volvamos a lo nuestro —dice Fabien—. Pueden dejar este tema de las manzanas, yo me encargaré. Aprovechemos lo que resta de la tarde para organizar los preparativos que tenemos pendientes afuera, que por cierto son muy importantes y urgentes. Traigan por favor los binoculares y las cantimploras.

 

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CAPÍTULO 4

ARDIA camina con dificultad. Su vientre inquieto se muestra más prominente que en la mañana. Ella es bella en su mirada, en su voz, en sus palabras, gestos o dedicación. Y su aroma al pasar es como el de los manzanos: natural y materno. Su rostro sigue luciendo delicado, de mejillas hinchadas, con cierto brillo, aunque sus ojos hoy lucen algo caídos. Es una mujer con dolores que se mueve despacito. Algún sufrimiento, un dolor persistente, parece afectarla. Tal vez sea por el niño que lleva dentro o por cosas que desconozco, pero transcurre las horas impacientes, como esperando el momento de ver con claridad a su hijo. Es lenta para las quejas. Ella es como la Tierra o el sol, irremplazable, imperceptible en ocasiones, da y se gasta por otros mientras se consume sin pedirle nada al tiempo.

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