De tecnoutopías: contra el olvido en el arte y la pérdida de fe en el Mito Verdadero

Abordaremos el contexto actual y los tres métodos de que disponemos para aprender, para lograr conocimiento: el método científico, el método del arte y el método de la fe.

Por G.A. CHINNI

 

Antes de comenzar, debo aclarar que el tema de la ponencia abarca no solo una inquietud, sino  algo que me afecta en los personal y de lo cual debo hacer periódicamente un recordatorio, tanto para no infligir como para no ser víctima.

Tengo dos preguntas sinceras que podrían estar vinculadas: ¿Cuántos de nosotros podemos estar un día sin el uso del celular o incluso prescindir de dispositivos? ¿Qué hemos aprendido últimamente sobre sí mismos, sobre los cercanos, sobre Dios, sobre la vida y nuestro entorno? Abordaremos el contexto actual y los tres métodos de que disponemos para aprender, para lograr conocimiento: el método científico, el método del arte y el método de la fe. Haremos referencias a las Sagradas Escrituras; a C. S. Lewis, el autor de Narnia y de otros libros también geniales; incluso a un hecho que inspiró al mismo Borges.

Comenzaré con la hipótesis de que estamos viviendo el principio de una tecnoutopía que culminará, tarde o temprano, en una distopía; no obstante, todavía podemos encontrar una salida, y es allí donde el arte y la fe tienen lugar.

Utopía: la RAE define una utopía como un proyecto, doctrina o sistema deseable, ideal, pero de muy difícil realización. Considero apropiado asociar esta definición con el término hybris (del gr.) o proyectos hybris; este último se refiere a desmesura, orgullo, arrogancia; implica también transgresión de los límites sin sentido o necesidad alguna empleando nuevas invenciones o artilugios. Por eso me referiré a utopías políticas y de invenciones. Otro sentido puede tener una utopía en algunos trabajos puramente literarios.

Entonces, otra hipótesis complementaria es la de que una utopía política necesita un proyecto hybris, algo nuevo y desmesurado, arrogante, que transgreda algún límite sin muchas razones claras y del cual todavía no haya antecedentes. Esto es mucho más que un desafío de la vida o la búsqueda de algo mejor, es una organización humana descomunal y de carácter orgulloso basado en nuevas herramientas o recursos. Es así que una utopía no puede establecerse sin un símbolo particular, sin un gran proyecto, sistema o doctrina reciente, que se hace especial y parece necesario.

Unos de los primeros casos que encontramos de utopías políticas o proyectos hybris en la historia humana (y registrado por alguna fuente) ocurrió hace aproximadamente 4.500 años. Luego del período glacial de inundaciones, torrentes y cataclismos (también conocido como El Diluvio de Noé), aparece el relato bíblico de La torre de Babel. Un tal Nimrod (Nemrod), quien fuera el primer poderoso sobre la tierra de aquel entonces (cualquier similitud con la genealogía de Tolkien es pura coincidencia), comenzó y extendió su reino estableciendo una ciudad base llamada Babel, situada en la mesopotamia, en lo que hoy conocemos como Irak o en sus cercanías. En esa época se descubrió una nueva tecnología, el ladrillo cocido y la brea, frente a la roca con mezclas de barro utilizadas hasta entonces. Con estos ladrillos cocidos fue posible construir mayores edificaciones, dado su resistencia y facilidad de apilamiento. Así, con esta nueva invención, surge el proyecto de construir una torre cuya cúspide pudiese llegar hasta el cielo (dato irónico de Las Escrituras en Génesis 11). Esta cultura buscaba ser la primera en construir un símbolo de poder (“hagámonos famosos”, dice la Biblia de Jerusalén y el mismo sentido tiene la Reina Valera; o “consigamos muchos likes y seguidores” podríamos parafrasear hoy en día); además,  deducimos que buscaban gobernar, controlar y tener un medio de protección contra nuevos cataclismos y amenazas.

Este relato, en el sentido mitológico de Lewis y Feyerabend, o sea una narración de lo que puede haber sido el hecho histórico verdadero y real, pasa de una utopía a una distopía. De una lengua común, Dios y sus seres confunden a los trabajadores y los dispersan (“Bajemos… confundamos”, dice en Génesis 11). Ocurre al final todo lo contrario de lo que pretendían las personas. Esto podría parecernos más que extraño, ¿cómo es posible que se hayan originado idiomas de esa manera? Evidencias arqueológicas, tablas antiguas, retratan una estructura del tipo torre o zigurat en esa zona y en la cual participaron para su construcción personas de todas las regiones de Oriente Medio. No obstante; como ejemplo, podemos ver el cambio en nuestra lengua durante los últimos cuarenta o cincuenta años, periodo en el cual se habría construido la ciudad y la torre. Pensemos por un instante que algunos de esos trabajadores, que quizá hablaban un idioma similar, pero que provenían de culturas distintas, empezaron a hacer modificaciones entre ellos por afinidad, bromas, confusión o incluso para mantener temas secretos, me refiero a que esto podría haber sido factible entre grupos de cada origen y profesión. No quiero herir ni molestar a nadie, pero considerando el hecho, podría haber ocurrido algo más o menos como lo que voy a contar a continuación, ya sea entre algunos ángeles infiltrados o bien entre los grupos de trabajadores. Tengan presente aquello de “bajemos… confundamos”, mencionado en el relato.

Hacemos un viaje en el tiempo. Un día, muy temprano, hace unos 4.500 años, la torre de Babel ya tenía al menos 50 metros, faltaban todavía un poco para terminar la obra. Llega entonces una partida de ladrillos del corralón sumerio. Tres albañiles se acercan, toman diferentes posiciones para recibir la nueva mercancía. Supongamos, para resumir el hecho, que todos hablaban el español de Cervantes. Había además un problema sindical. El primero de ellos, toma un ladrillo, se lo lanza al que está más arriba y le dice:

  —¡Hoy todes somos compañeres! 

Este recibe el ladrillo y responde, gritando hacia abajo: 

—¡Nein, nein!: ¡hoje todxs, todxs sommes campañerexs! 

El primero, toma otro ladrillo y se lo lanza al tercero que está a su izquierda. Esté responde: 

—Pibe, ¿qué chamuyas?, ¡no hagas quilombo en el laburo! ¡Van a llamar a la cana!

Allí, precisamente, durante esos cinco minutos cruciales de la historia, nacen el portugués, alemán, francés, inclusivo y el porteño lunfardo, además del español. El resto es historia, filología pura.

Bien, luego Babel daría lugar a Babilonia con sus ciclos de construcción, asedio y destrucción. 

En la literatura y el arte tenemos varias producciones inspiradas en este hecho bíblico. El mismo Borges escribió un cuento al respecto: La biblioteca de Babel.

En este sentido, podemos considerar que dentro de una gran utopía puede haber pequeñas utopías complementarias, y cada una con su proyecto en camino que forman la base de lo principal y también en construcción, sin terminar. En este sistema hay un líder o líderes principales, pero también hay asociados, adherentes, reclutadores, defensores que trabajan por ello en diversos roles: colaboración, recursos, armado, propaganda, defensa, etc. La mayoría de todos ellos están convencidos, además creen que les conviene la utopía y el proyecto, que traerá grandes beneficios para ellos y para la sociedad.

Otros casos de sistemas que buscaron en sus inicios una utopía, o proyectos hybris, fueron los Imperios más conocidos: el Egipcio, Babilónico, Griego y Romano; de alguna manera se concibieron como proyectos utópicos de poder y dominio por dinastías o herederos, cada uno con sus proyectos. También encontramos en nuestra era varias fuentes de pensamiento moderno y posmoderno en línea con lo utópico. Existe incluso el manifiesto Tecno optimista de Marc Andreessen (The Techno-Optimist Manifesto). 

Ya sabemos lo que ocurrió con los imperios o “bestias”, por eso merece nuestra atención la construcción del actual imperio tecnológico, donde no creo que vayan a ser necesariamente ciertas empresas el problema central, sino más bien los espacios de poder, dependencia y control, de instituciones, Estados o proyectos sociales forzados. La pandemia de Covid-19 fue un anticipo o experimento de ello. En este sentido, es mejor estar preparados y no dormirnos.

Pero, ¿por qué de tanto en tanto resurge esa búsqueda por algo mejor con el formato de una utopía? ¿Será que el sentimiento y la búsqueda se deben a un anhelo que todos tenemos?; ¿el de estar o pertenecer a algo superior y perfecto? Podemos decir que el anhelo es genuino, pero los medios no lo son; vemos esto en términos históricos. Es un anhelo genuino que se vuelve engañoso y hasta cruel y del cual, si no buscamos la verdad de verdad, terminamos decepcionados, peor incluso que cuando comenzamos.

Antes de continuar voy a dar algunas definiciones y ejemplos:

Los tres métodos. Los humanos disponemos de recursos, métodos para resolver problemas: el método científico, el método artístico y el método de la fe. Cada uno responde a una necesidad principal, tiene un soporte o registro para su difusión y una forma de abordarlo. Hoy en día los consideramos erróneamente de manera aislada, separada, especializada, incluso antagónica, pero en la antigüedad se entrelazaban, por ejemplo, en los mitos.

De la deformación del método científico surge el utopismo tecnológico o una tecnoutopía: esta última es una ideología progresista basada en la creencia de que los avances de la ciencia, de la tecnología aplicada en realidad,  conducirán a un ideal de soluciones que harán la vida más fácil; es la construcción de una sociedad ideal según conceptos humanos de moda basado en nuevas invenciones. También lo podemos ver con el paraguas del tecno optimismo (The Techno-Optimist Manifesto, de Marc Andreessen que mencioné). Me gusta definirlo como el énfasis desproporcionado en los recursos tecnológicos para todo cuanto realizamos y en su posterior control, ya sea de manera dirigida o autónoma.

Aclaro que me encantan la ciencia y la tecnología (hago investigación académica también), pero estoy hablando de justamente eso, una desproporción en términos de recursos, tiempos, confianza y valor percibido. A una distorsión. A un espacio de poder sin precedentes, impulsando la dependencia, la confusión y el relativismo en todo. Esa desproporción nos está afectando a los humanos. Hay gente que ya se quiere casar con robots y para algunos la Tierra vuelve a ser plana, por citar algunos ejemplos. Ya veremos esto, según el tiempo de que dispongamos. 

Volviendo entonces. Veamos un ejemplo de hasta dónde nos puede llevar cada uno de los métodos de los que disponemos, el método científico, el del arte y el de la fe.

Voy a usar el caso de dos alumnos que estudiaron informática. John y Bill, ambos cursaron las mismas materias, tuvieron los mismos profesores, fueron a la misma universidad de prestigio internacional; sin embargo, al finalizar sus estudios, algo divergente ocurre. John decidió dedicarse a la seguridad informática para defender los recursos de una institución, mientras que Bill se volvió hacker para vivir de lo ajeno por lo que él considera su causa justa. La ciencia le ha dado el mismo conocimiento a John y a Bill; pero ¿por qué eligieron caminos tan antagónicos? Eso no lo puede explicar bien el método científico, pero sí el método de la fe bajo el soporte del arte, este último se aproxima mejor, lo explica bastante bien un texto sagrado que habla de un tal Adan, de una Eva, de Caín, Abel, Nimrod, Babel, Los Evangelios y hasta nuestros días. 

Además, nos encontramos con que el propio método científico (el método científico bien aplicado) admite que el conocimiento puede quedar obsoleto; se basa en mantener premisas que no resulten falsas hasta tanto y en cuanto se encuentre una explicación mejor; admite que algo no puede ser verdadero eternamente o siempre verdadero; considera que algo puede ser no falso momentáneamente y a la vez útil. Al estudiar la historia de cualquier ciencia encontramos que nada es permanente, el conocimiento científico cambia: la astronomía, la química, la física, e incluso las ciencias del borde, como la economía, muestran eso. Nada se mantuvo por años o siglos.

Sin embargo, en el ámbito de la fe, vemos que hay verdades, conocimientos espirituales y realidades que perduran por milenios, sobrepasan imperios, gobiernos; se mantienen a pesar de locuras, invenciones y modas. Eso tiene que ver con la fe, y el arte ayuda; son aliadas.

 

El riesgo y los peligros

El paradigma actual, el de las tecnoutopías y que comenzamos ingenuamente a creer, contiene algunas propuestas que resultan en principio atractivas, aunque no del todo corroboradas por el tiempo que llevan desarrolladas; muchas son recientes en términos históricos. Ya vemos o sufrimos efectos indeseados de esto. Nuevas adicciones tecnológicas y enfermedades son confirmadas por médicos y especialistas. Y además está la naturaleza, el medioambiente físico que pretendemos secuestrar, pensando que será otro aliado virtual. Pero las fuerzas naturales se revelan; todavía no las podemos dominar. Ellas parecen tener el mismo derecho que nosotros de hacer de las suyas: el clima, las fuerzas astronómicas, el sol, la erupciones, las inundaciones, las sequías, parecen ir por una voluntad ajena a la nuestra. Llegamos incluso a considerar de manera confusa y prepotente que tanto la causa como la solución a estos problemas son cosa nuestra. Lo que rompemos, lo podemos arreglar si hacemos A y B. Es extraño, ahora parece que el calentamiento global nos va a matar de frío. En esto, hacemos oídos sordos a que hay un problema lingüístico, científico y filosófico. ¡Cuán poco sabemos!, ¿qué tanto realmente queremos saber? Pero todo eso no es gratis ni inocuo. Nos puede costar caro.

Vuelvo a aclarar, me refiero a una distorsión en el uso de la tecnología, lo mismo podríamos considerar si todos estuviésemos pensando o usando ladrillos cocidos constantemente o cualquier otra invención.

Regreso a la pregunta: ¿será que fuimos creados para otra cosa y que buscamos mal?

El gran problema, entonces, es utilizar mal los métodos de los que disponemos. El problema está en corromper la ciencia, el arte y la fe. Y en dejarnos dormir, claro.

Respecto a la ciencia, deja de ser tal sin sabiduría, se vuelve aplicación temporal, manipulación y conduce a malos resultados. Sabiduría es el don de discernimiento, de pesar adecuadamente los resultados de hacer A o B; ayuda a comprender qué cosas valen la pena, cuáles tienen sentido y cuáles no.  Corremos el riesgo de ser necios tecnológicos, podemos dejar de lado la prudencia. Por eso, prefiero creer en ese mito verdadero, del cual  surge la sabiduría y el amor, el cual me recuerda cada día que es mejor ofrecer lo mejor a Él y a los cercanos; en el cual surge el misterio de ser conocido por lo eterno y en transformar la realidad a su manera y no bajo mis caprichos temporales. 

En esta tecnoutopía que estamos construyendo no encuentro lugar para Dios, no encuentro lugar para los cercanos, para el barrio, para la familia; solo veo lugar para manipuladores de pequeños y temporales dioses virtuales, aburridos y todos parecidos. Los servicios y el ser humano aislado comienzan a ser el centro de este nuevo paradigma. Las consecuencias son cada día más evidentes: mayor cantidad de afecciones mentales, cada vez hay más trastornos en la salud y en la alimentación; junto con ansiedad, depresión, suicidio y adicciones en diversas formas y dosis. Y, ¿cómo lo sé? Por las estadísticas, por los casos cercanos y por haberlo sufrido en carne propia.

El arte y la fe verdadera se conectan con el alma, con lo perdurable, con el saber espiritual, con el ser interior; la ciencia lo hace con la necesidades físicas y del saber mental principalmente.

Como han dicho Lewis y Hooper: “La historia de Cristo es, sencillamente, un mito verdadero: un mito que nos afecta como los demás mitos, pero con la extraordinaria diferencia de que ocurrió realmente”. Un Dios que le hizo jaque mate en la última jugada al mal, a la muerte misma. Y eso no es poca cosa, no se trata del mito de un padre de la Patria o de un gran maestro, se trata del ingreso del mismo Dios en la historia, y mejor aún, de ese Dios que ingresa por amor en nuestras vidas para crear un destino mejor, para cumplir un anhelo verdadero del cual cualquier utopía humana resulta una sombra lejana, o una copia mal hecha. Hay un lugar y un tiempo para esos anhelos; todo indica que germinan y pertenecen a Dios y a su Hijo,  a un reino extraño para nosotros pero que se ha hecho cercano por la fe. El arte y la práctica, claro, ayudan, son los medios naturales que se nos han dado desde el principio. 

Espero que a pesar de todo esto nuevo, del nuevo paradigma tecnoutópico que se nos viene encima y de lo cual debemos aprender a gestionarlo o bien a descargarlo, podamos decir: “yo sé a quién he creído, sé muy bien en quién tengo puesta mi fe”. Esto no lo escribió ningún emperador ni ningún emprendedor de Silicon Valley; fue Pablo, encarcelado en Roma, por haber hablado de la verdad que transformó su vida;  lo hizo hace dos mil años en una carta dirigida a su querido Timoteo (2 Tm. 1:12).  En ninguna otra filosofía, creencia o utopía podemos encontrar tal afirmación. Algo importante debe haber ocurrido hace dos mil años, no lo podemos negar.

Para ir terminando. No quiero ser autoreferente, pero en lo personal estos hechos me inquietaron durante los últimos cuatro años; me han llevado a realizar nuevos trabajos literarios (dos libros de la serie Anthropodion: Katheudo y Un fracaso exitosos) y varios artículos científicos, los cuales parten de la hipótesis planteada inicialmente y de premisas que en otra ocasión podremos abordar.

Por último, no nos olvidemos que a los primeros dispositivos de esta era, los viejos celulares (los Movicom), se los conocía vulgarmente como “ladrillos”…

 

Por Guillermo A. Chinni

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Bibliografía

Dios en el banquillo, C. S. Lewis.

La abolición del hombre, C. S. Lewis.

Filosofía natural, Paul Feyerabend.

La Biblia de Jerusalén / Biblia Reina Valera. Génesis 7 al 11; 2da Timoteo 1.

La sabiduría de los Salmos, Romano Guardini. (De la fe).

National Geographic, La torre de Babel.

Artículos científicos presentados en congresos académicos.

The Techno-Optimist Manifesto, Marc Andreessen.

 

En ficción:

Esa horrible fortaleza, C. S. Lewis.

La biblioteca de Babel, J. L. Borges.

 

Producción propia (ensayo novelado, ficción distópica) con anexos de términos y referencias:

Katheudo: corazones virtuales

Un fracaso exitosos

 

Guille (G.A.) Chinni es autor laico de obras de ficción, de no ficción, así como de artículos científicos publicados en congresos y revistas especializadas. Ejerce como profesor e investigador universitario en ciencias de la vida, medioambiente y tecnología. También es consultor en su Studio de ingeniería. Nació en la Patagonia. Vive con su esposa y sus dos hijos en Buenos Aires. Recientemente ha publicado la saga Anthropodion, inspirada en el legado de C. S. Lewis y los Inklings, con los títulos Katheudo y Un fracaso exitoso. Estos últimos tratan de una utopía tecnológica que se transforma en distopía y de la cual dos hermanos adictos buscan una salida.

 

Créditos

Imagen del león. CS Lewis Square, Belfast, Northern Ireland, UK. Foto de K. Mitch Hodge en Unsplash

Congreso Internacional “Fe, Arte y Mito”: @fearteymito   https://www.srbombadil.com/

Imagen de mujer con banda-negra: Icons8 Team en Unsplash

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